Recuerdo perfectamente a Sorie Koroma. De hecho, tengo un recuerdo muy nítido justo el momento en que entró a la habitación y la forma en que se movía y nos escuchaba hablar en inglés, sin que entendiera nada. Creo que se preguntaba cómo hablábamos tan raro. Había algo de ella que la caracterizaba, y le hacía única. Como a todos y todas, pero ella más, si cabe. Sorie perdió a sus padres y hermanos durante el brote del ébola. Esta fotografía fue durante las ceremonias comunitarias por el cierre de duelo. Es, posiblemente mi foto preferida de mi estancia en Sierra Leona. Tiene mucho significado para mí y recoge toda mi etapa sierraleonesa.
Sorie, al entrar en la habitación, me transmitió mucha fuerza y garra, unido a una sensación de enfado de fondo que permite señalar a la injusticia que supone ser azotado por la lacra de la pobreza. También me encantó su naturalidad, no me pareció que se achantara por la figura del hombre blanco, muchos de los lugareños al entrar en la sala se mostraron coartados, como cohibidos y con movimientos retraídos. Ella no.
Sorie arrojaba como un empuje de haber contenido su particular epidemia a sus espaldas. Por un momento me pareció que ella personifica todas aquellas personas que habían sido entrevistadas en un estudio de necesidades, como que ella recogía y albergaba todo ese sufrimiento contenido y que no había manera humana de ser expresado. Para mí, ella simboliza el atropello y la sinrazón que reciben, así como su única manera aprendida por imperativo de gestionar tanto sufrimiento: a través de entereza y fortaleza.
Ella simboliza la traición de la propia humanidad hacia los olvidados. Pero lejos de una mirada compadecedora, ella me sugiere ese temple, carácter y aplomo que les hace único a estos sierraleoneses. A falta de herramientas, han sabido resurgir sin saberlo.
Fotografía en Kumala, Sierra Leona durante las ceremonias comunitarias para el cierre del duelo (noviembre 2015). Publicado bajo su permiso