(…)Una de las diferencias que suele pasar desapercibida entre una aldea africana y una ciudad europea es el transcurso del tiempo. A alguien habituado al rítmico pulso de la vida agrícola, en que se piensa por estaciones y los días carecen de nombre, le parece que los urbanícolas pasan ante sus ojos llevados por un frenesí de empeños frustrados. Me puse a andar por las calles de Roma como un hechicero dowayo cuya etérea lentitud sirve para separar la tarea ritual que desempeña de las actividades cotidianas. Las cartas de las cafeterías ofrecían tantas posibilidades que me veía incapacitado para enfrentarme a ellas; la inexistencia de alternativas que se daba entre los dowayos me había desposeído de la facultad de tomar decisiones. Estando en África soñaba con darme festines, ahora vivía a base de bocadillos de jamón…
(…)Una extraña sensación de distanciamiento se apodera de uno, no porque las cosas hayan cambiado sino porque uno ya no las ve “naturales” o “normales”. Ser inglés le parece a uno igual de ficticio que ser dowayo. Se encuentra uno hablando de las cosas que les parecen importantes a los amigos con la misma seriedad indiferente con que se puede hablar de brujería con los indígenas….
Barley, N. (2012). El antropólogo inocente. Anagrama (pp 212)
(…) Mi lucha por la India fue, en su primer asalto, una batalla con la lengua. Comprendí que cada mundo entrañaba un misterio y que el acceso al mismo solo lo podía facilitar la lengua. Sin conocerla, ese mundo permanecería para nosotros insondable e incomprensible, por más años que pasásemos en su interior. Más aún: descubrí una relación entre tener nombre y existir, pues casa vez que volvía al hotel me daba cuenta de que en la ciudad había visto tan sólo aquello que sabía nombrar, por ejemplo recordaba una acacia pero no el árbol que crecía junto a ella, porque desconocía su nombre. En una palabra, comprendí que cuanto más vocabulario atesorare, más pronto –y más rico en su inabarcable diversidad- se abriría ante mí el mundo.
Kapuscinski, R. (2010). Viajes con heródoto. Anagrama (pp 31)
Fotografía portada: Nigel Barley, recuperada aquí