Cuando escribo…

Al escribir, surgen alas, tranquilidad, sosiego, las palabras fluyen y explicaciones difíciles de plasmar en un discurso bien pueden salir a flote o estar a la deriva. No importa.

Cuando escribo se abre un duro caparazón, esa armadura interior que nos encierra,  sólido como una roca. Al expresar surge una libertad reveladora, pues escribiendo uno transmite y sale esa sensación de caricia, como una suave brisa que me suaviza la cara, como si volviera al nicho del que vinimos, sale esa tranquilidad que uno lleva dentro.

El pánico de la hoja en blanco me delata, me anuda en mí mismo y me impide escribir, quizá por vaguería o dudas existenciales esas que tenemos por decreto. Sin embargo, como arte de magia, desaparece el pánico una vez que las teclas salen disparadas, y uno sabe que tiene que seguir escribiendo pues quiere plasmar todo lo que va saliendo, como ocurre en este preciso instante, en donde el tiempo se para y lo único que deseo es que no se escape nada de lo que voy pensando, el único estrés que surge es que por distraerme se (como ahora que corrijo  una falta de ortografía), que se escape a última hora esa gran idea que quedaría como colofón a una gran historieta o un gran relato aún no resuelto.

Adoro la sensación cuando un artículo queda como quise, cuando el bosquejo de ir articulando un microrrelato al final queda modelado y tiene vida propia, como si al fabricarlo, salieran esporas de mí, y alguien pudiera casi tocarme.

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Fotografía portada Ramunas Geciauskas en Flickr aquí (licencia CC noncommercial)

Fotografía nº2 Jain Basil Aliyas en Flickr aquí (licencia CC noncommercial)

 

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