Después del sobresalto, la extrañeza me invadió. Me grité mi falta de miedo. Estaba incómodamente sereno. Fue como una mezcla agria y siniestra de sosiego, como cuando se te queda dormida la pierna y el hormigueo te delata la falta de riego sanguíneo. Aparte del miedo, eché en falta mi pastilla de Lexatin y Rivotril, pese a que no los necesitaba.
Al levantarme a oscuras, me dispuse a buscar mi miedo en el baño, sabiendo que no podría estar muy distante. Me miré al espejo, que siempre dice la verdad y este me escupió un rostro desaliñado. Por raro que parezca, verme demacrado y sin miedo me arrojó templanza y serenidad. De verdad, toda esta quietud me intranquilizó, y me hizo buscar con más ahínco el miedo que había perdido.
Con esta paz tan insoportable, algo tenía que suceder. Es como ese tipo de tranquilidad que precede a una gran catástrofe natural. Así, de forma repentina, un ruido sordo me dejó patidifuso. No fue más que el portazo del vecino, el ruido de otro piso. Encendí la luz y vi las facturas por pagar, el orden de desahucio y los casos de corrupción.
Por fin, sentí que me había recuperado. Más bien, que había recuperado mi miedo, y esto hizo que recuperara las ganas de quejarme, pues me sale por inercia. Como cuando hablamos del tiempo. Miedos y quejas por decreto social.
Así, con mi desasosiego, me fui a la cama más tranquilo.
Fotografía Pixelicus (CC) en Flickr
Me gusta tu forma de escribir. También tengo cosas que compartir.
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muchas gracias Luisa. Siéntete libre de compartir. saludoss
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Me encanto!
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