Antonio Crego. El mindfulness o meditación de consciencia plena ofrece una vía para regular nuestras emociones y pensamientos, con efectos beneficiosos en términos de aumento del bienestar subjetivo y reducción de síntomas relacionados con la depresión o la ansiedad, entre otros. Su uso se ha extendido además a numerosos ámbitos, desde la psicología clínica, la educación o la psicología del trabajo. Sin embargo, sus mecanismos de funcionamiento son aún en gran medida desconocidos. Algunas aportaciones llevadas a cabo desde la psicología y las neurociencias sugieren que esta forma de meditación favorece un cambio de perspectiva a la hora de contemplar nuestra vida mental, cuyo sustrato a nivel cerebral tal vez sea trazable gracias a las técnicas de neuroimagen.
Nuestro cerebro es el «bosque de neuronas» que guarda «los secretos de la vida mental»(*). Los pensamientos, emociones y sensaciones que experimentamos, e incluso la propia noción de quienes somos, hunden sus raíces en alguna parte de su suelo. En un bosque así es fácil perderse, quedar atrapado, o incluso tener algún que otro desencuentro con las variadas criaturas que lo pueblan. A veces, las emociones negativas cuelgan de las ramas de sus árboles como si fueran serpientes en la selva, y algunos pensamientos pueden ser tan perturbadores como una lechuza en plena noche.
Pero nuestra mente también es un bosque majestuoso, lleno de caminos seguros y tranquilos por los que pasea la razón, de manantiales que inspiran nuestra creatividad, o de tranquilos claros en los que encontrar un momento de calma y paz.
El problema es que, como advierte el dicho popular, a veces los árboles no nos dejan ver el bosque. Y es que, en última instancia, este bosque está dentro de nosotros, pero también nosotros estamos dentro de él.
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Fotografía recuperada de la misma fuente origen. Spring Light Meditation, por Hartwig HKD en flickr.com