Calles pulcras, orden vial, gente enganchada a las nuevas tecnologías, Xavi Alonso como modelo de Emilio Tuchi. Todo sincronizado y en orden.
Y también mi anonimato. Soy un blanco más, a nadie parece importarle mi color de piel. Feliz.
Vuelvo a España de descanso, unas semanas. Me quedo anonadado con las nimiedades inadvertidas que tiene cualquier país desarrollado, ¡pedirte una caña con tapa, por favor que se pare el mundo!
Vuelvo a mi país, a la marca España. Al Spain is different. Un descanso mental no exento de problemas burocráticos, aquellos de rigor (como te vas a ir de rositas de Kenia, eh?) que hasta el jefe hace de psicólogo.
Ya en España, me percato que la única manera de percatarte de los lujos que no valoramos cotidianamente, es estar desprovisto de ellos por un lapso de tiempo razonable. Es como una sensación de familiaridad a la par de lejanía. La lejanía que supone Kenia-España.
Y es que lo normal de tu país, de pronto se vuelve atractivo. Uno se queda maravillado como lo rutinario del pasado, cobra un sentido diferente.
“j**der con el p*to contestador de los huev*s». En el metro una mujer me recuerda que estoy en mi país de pandereta. Me encanta ver cómo la gente pierde los estribos por estupideces (aunque bueno que te cobren por el inicio del contestador quizás sea motivo suficiente de enfado, no sé). España me recuerda a mi zona de confort, aquella que dejé atrás hace un tiempo y la cual se ensancha. Me gusta porque es como volver a la matriz, es reconfortante y relajante.
Me gusta volver por un tiempo, porque me ayuda a tomar perspectiva. Ver la labor que se desempeña en Lamu de distinto ángulo. Bajo otro prisma. Hacértelo saber y que te lo hagan saber.
Uno de mis placeres son las de ir a una librería. Si es grande mejor. La librería Casa del Libro de gran vía (Madrid) es como un palacio de los libros. Es como entrar en la fábrica de chocolate de Willy Wonka. Un deleite para los que nos gusta la lectura. Con la conmoción del sonido de suelo parquet al andar junto con música jazz de fondo, estoy como un 6 de enero. Sobredosis de libros a mi alcance. Yo aturdido y/o atontado.
Me compro un libro el de psicología que aparece en la sección de autoayuda-espiritualidad. Me encuentro libros de autoayuda-espiritualidad en la sección de psicología, concretamente psicoterapias. Respiro hondo y sé que vuelvo a casa.
Poco han cambiado las noticias: siguen hablando de la corrupción a la española. Como si de una imagen dantesca se tratara, me imagino a Rajoy y Ana Botella guiñándome el ojo, como si me hubieran dejado en bandeja a una España familiar, para que todo me sonara cotidiano.
Faltaría más. Supongo que unos meses no son suficientes para que un país deje esa inercia de la queja colectiva, del todo está mal y nadie haga nada por sus vidas.
Adoro las caras de mis amigos cercanos y familiares. Esa expectativa de todo lo que tengo que contarles. Me interesa saber más de ellos, que ellos sepan de mí. No se molestan, los tengo acostumbrados.
Escucho un ¡¡¡¡¡ayyyyyy!!! En un bar. Un futbolista casi marca un gol. Luego le insultan.
Estoy contento. He vuelto a casa.
Pero mi problema con España es el mismo que con la nieve. Me gusta, pero para un ratito.
Ya después cansa.
Fotografía: Hotel Reina Victoria, Madrid, a mi llegada.