Todo lo que necesito es menos. Minimizar mis prioridades. Maximizar lo nimio. Simplificarnos, sin ser simples. Engrandecernos, para solo ser una pizca más que eso. Ser. Y que no dependamos del nivel del mar o de mis humores.
Una compañía que me implore que es mejor estarte que dejar de hacerlo. Unas palabras bien dichas, y alguien que bien escuche. Que no espere que yo termine para hablar. Que nos hagamos pausas. Más silencios que palabras. No más. Rememorar en el presente aquello que bien merece la pena ser recordado.
Algo de paisaje ahí fuera, desde mi ventana. Que la Luna no se achante, que siga así de chula de noche. Que el contraste choque. Pues con cielo estrellado hay poco más que añadir. O nada. Estar absorto y abrumado con mis estrellas lamunias.
Un poco de crítica y no indiferencia, ambas sazonadas con libertad y conciencia en reposo. O en apogeo, dependiendo del nivel del mar o de mis humores.
Un instante de belleza a diario. Pero no la belleza en lo bello. Eso no tiene nada gracia. O mérito. Ver lo feo, lo que remueve y lo incongruente bien hermoso. Repeinado. Gritarme y embadurnarme de lo que no me gusta. Para ser así un poco más tolerante. Que yo no me tengo mis verdades por imperativo, que me las remodelo según la marea o mis humores. Y no olvidarme de ser un poco compasivo con ellos y mejor aún, conmigo.
Soltar las riendas. A la deriva, con el horizonte de no tenerlo. O si lo encuentro, regalarlo. Que pierda mi norte antes de dormir o durante el duermevela. Para soñar así sin rumbo.
Mi testigo de mis remolinos bien enredados. Que nos sigamos dando tiempo para desquitarnos. O apretarnos, según la marea o de mis humores.
Decirnos ¡ey que no es para tanto! Esas quejas de jengibre. Quejarme solo de ellas, de mis indignaciones. Que de tonterías vamos ya servidos. Que de mis quejidos también depende de la marea o de mis humores.
Olor a césped recién cortado en una cajita bien encerrada. Destaparla en caso de emergencia. Ese indistinguible aroma a café swahili. Olor de un libro bien usado, ocre, castigado de termitas. Viejo y con tacto pendiente por lijar. Que sí, que se vean las oquedades de hojas ásperas, que le delate su valía. Y si no es mucho pedir, un marcapáginas esloveno y un tazón guatemalteco. No más.
Hablando de necesidades. Que necesite un poquito menos cada vez más.
Que me merezca la pena echarte de menos. Que el hecho de extrañarte sea mejor que dejar de hacerlo. Ese gusto dulce desde lo amargo, hacer así de la nostalgia mi aliada.
Cambiar lo que puedo, y aceptar lo que no. Discriminar entre ambas sabiamente y no por la marea o por mis humores.
Recordar cuando fue la última vez que hice algo por primera vez. Y que no me cueste. Que la novedad me gane por K.O. y que la rutina me arroje serenidad. Que sepa danzar al son de ellas.
Dejar de dependerme. Porque que poquito necesitamos para ser felices y cuanto nos exigimos para serlo. De ser y eres.
Y que de ello no dependa de la marea o de mis humores.
Fotografía: Izola, costa eslovena.