El miedo tanto explícito (peligro real e inminente) como latente (miedo a lo desconocido) forma parte del desarrollo cultural actual, legado presumible tanto del pasado lejano como el reciente; mantenido y perpetuado por todos. En otras palabras y tal y como indica Eibesfeld (1990), el hombre aglutina tanto el miedo elemental a los depredadores (véase miedo a morir) junto con los miedos tratados como angustias existenciales, temores y preocupaciones.
En la sociedad urbana ya hemos solventado los peligros de nuestros ancestros sobre serpientes o cocodrilos. Por ello, en la actualidad existen otros miedos explícitos, como un posible accidente de tráfico, guerras nucleares o la propia crisis mundial. En añadido, y pese a que la intensidad (se supone) es menor, vivimos en un estado de miedo latente por peligros no necesariamente reales. De esta manera, hemos reducido los peligros reales, a costa de implantarnos miedos generados culturalmente.
Una vez llegados a este punto, Claperede (1097) a principios del siglo XX señaló que la memoria del miedo puede actuar de forma inconsciente. Este médico de Ginebra, tuvo una paciente que, a raíz de una lesión cerebral, le imposibilitaba recibir y almacenar nueva información. De esta manera, en cada entrevista, debía de presentarse de nuevo. En una ocasión el médico tenía una chincheta oculta en la palma de la mano. Esto produjo que, días después al volver a saludarla, la mujer se negara a darle la mano, aunque no estaba en disposición de explicar sus motivos o razones.
El “terrible” aprendizaje del miedo
Vivimos en una sociedad de ‘juegos de poder’ y de ególatras con el discurso típico: “yo tengo razón y tú no la tienes”. La queja constante es nuestra zona de confort puesto que es a lo que estamos acostumbrados. Asimismo, el miedo que se inculca va de la mano con la queja generalizada. Así, se ha generado una situación en la que el vértice central es el temor y pavor que promueve un estado de insatisfacción constante, a la vez que incapacitante. Lo crucial es que nos es familiar, es decir, la insatisfacción es nuestra incomodidad conocida.
Es muy posible que actuemos como esa mujer con la chincheta, que al igual que ella, no sabemos la razón por la que no damos la mano. Así, nos quedamos en nuestra zona familiar, pese a que sabemos que zona de confort no es sinónimo de bienestar (entendido bienestar como mantenido en el tiempo).
Actualmente, el reto estriba en entender que ese miedo a lo desconocido (dolor de la chincheta) es condición indispensable para “despertar” de este malestar colectivo. Así, el propio movimiento de actuar, hacer y llevar a cabo (apretar la mano de la chincheta) hace que duela un poco al inicio (salir de la zona de confort). Hacer, actuar y llevar a cabo, es imprimir propósito, sentido y responsabilizarnos de nuestras vidas. Sin embargo, el miedo incapacita y la queja es nuestra ineficaz estrategia para acabar con el miedo. Por otro lado, actuar y rebelarse con la queja constante como telón de fondo, es asimismo una actuación disfrazada de miedo e inseguridad.
Otra forma de neutralizar el miedo y la angustia existencial es refugiándose en libros de autoayuda o agentes que venden las llaves del éxito en una serie de pasos a seguir o que garantizan un crecimiento y superación personal. El éxito no sólo es relativo (sería todo un debate definir qué significa tener éxito en la vida) sino que está sumamente sobrevalorado en una sociedad de competitividad insana alejada de lo pertinente.
Lo pertinente posiblemente se encuentre en aceptar que el cambio comienza por y en uno mismo. Lo inequívoco es comprender que el cambio actúa como acicate e impulsor hacia la realización de lo que deseamos verdaderamente.
Responsabilizarnos nosotros de nuestras vidas es actuar y tomar una determinación en consonancia a lo que realmente amamos en esta vida.
(Vídeo) Y tú ¿trabajas en lo que te apasiona?
Referencias Bibliográficas
Claparede, E. (1907). Expériences sur lamémoire dans un cas de psychose de Korsakoff. Revue Médicale de la Suisse Romande, 27, 301-03.
Eibl-Eibesfeldt, I., & Sütterlin, C. (1990). Fear, defence and aggression in animals and man: Some ethological perspectives. Fear and defense, 381-408.
Bibliografía Complementaria
Calder, A. J., Lawrence, A. D., & Young, A. W. (2001). Neuropsychology of fear and loathing. Nature Reviews Neuroscience, 2(5), 352-363.
Hamm, A. O., & Weike, A. I. (2005). The neuropsychology of fear learning and fear regulation. International Journal of Psychophysiology, 57(1), 5-14.
McNaughton, N., & Corr, P. J. (2004). A two-dimensional neuropsychology of defense: fear/anxiety and defensive distance. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 28(3), 285-305.
Mucha gente pequeña, en pequeños lugares, haciendo cosas pequeñas,
puede cambiar el mundo. Proverbio Africano
Excelente!
Me gustaMe gusta
gracias Marta!
Me gustaMe gusta