Nuestros golpes de suerte, sincronizaciones o conexiones. O nuestras casualidades a fin y al cabo. Somos capaces de mentirnos, o de decirnos nuestras verdades. A la cara y/o de refilón, no vaya ser que escueza. Todo sea para palpar nuestros barrotes aunque solo sea un poquito. Puntual o esporádicamente. Con retraso o a la una en punto.
Nuestro juzgado, nuestras sentencias ante los devenires. De etiquetárnoslos como gratificantes o desesperanzadores. Nos elaboramos nuestros placeres y dolores a nuestro antojo. Con o sin elucubraciones.
Nosotros, a los que se nos escurre la vida como arena entre los dedos. O que la ganamos (sí sí, a ella, la vida) de pronto con una bocanada de aire entre divagaciones. O con nuestras combinaciones de dichas y resentimientos bien sazonadas.
Eso sí, nos consolamos y autoengañamos al sentir que la vida tiene un significado. O el significado de no tenerlo. Somos tan soberbios y ególatras que le damos nuestra firma. Nuestra rúbrica de que somos partícipes e influimos en ti y en mí. Y si no nos satisface nuestra estampa, le damos servicio al destino, para así acallar los lobos de nuestro sótano.
Pero no todo ocurre por alguna razón. Simplemente, todo ocurre.
No más.
Y gracias.
Fotografía PAz en Flickr aquí